Ahora es cuándo:
socialismo es cultura
Daniela Saidman
Alicia está sentada
rumiando la tarde, viendo pasar los buses repletos de gente, de escolares,
trabajadores que vuelven o van. Tiene en los ojos la convicción de todas las
derrotas, las manos ásperas de las escobas y el futuro guardado en un billete
de lotería. Está como se puede estar en un mundo de solos. Una casa para mi
hija, un carro para mi hermano y la vida entera para mí piensa, mientras palpa
en el bolsillo el boleto que seguro le regalaría por lo menos una sonrisa. Y el
domingo, con el sol recién amadrugado, se mira en el rostro las ausencias y se
sienta acompañada de la misma soledad con que se queja el mundo. Tal vez, la
próxima vez llegue la buena suerte.
Mientras Esther…
Va y vuelve. O tal
vez, vuelve y va, con el alma en un hilo. Esperando, esperándola. Se alisa la
falda y el pelo, como si con esos gestos las horas pasaran más a prisa. Esther
aguarda como siempre, como casi siempre. Con los pies cansados de tantas
puertas que no se abren, tanta olla vacía, tanta piel gastada en jabón azul,
tanta ropa guindada al sol y tanta lluvia cuando lava. Pasa un minuto, dos,
horas, semanas, meses. Pero la suerte se niega y no termina de llegar.
Así era la vida de
Alicia y Esther y la de tantas como ellas y ellos, que con todos los nombres
que saben a nuestro pueblo desesperaban de tanto esperar. Así era la vida, en
la que las oportunidades siempre eran para otros. La vida que se gastaba en el
deseo de que cambiara, en que las ollas dejaran de estar vacías, en la que la escuela fuera para todos, en la que
los niños pudieran jugar en vez de trabajar, en la que pudiéramos escribir los
nombres de nuestros hijos. Era la vida que era para los otros, porque a
nosotros sólo nos alcanzaba el empeño de sobrevivir. Estábamos hechos de
sombras, miedos, rabias y silencios… Y
por eso nos desbordamos aquel 27 de febrero, por eso cansados de tanta soledad
nos animamos a gritar juntos, a decir basta… y después, nació la esperanza
aquel 4 de febrero, que nos nació luminosos.
Por eso, tomamos el
cielo por asalto cuando elegimos a uno de nosotros Presidente. Chávez, el
Comandante de la esperanza, nos devolvió la voz, la palabra, se hizo grito en
nuestro grito y cantó con nosotros las canciones viejas, lloró con nosotros los
dolores y se disolvió en nuestras voces para alumbrar el futuro.
Chávez recuperó para
nosotros la voz que desde antes era silencio forjado a golpe de hambre y
tortura. Y seguro que no estaremos dispuestos a perder la mejor conquista que
hemos ganado después de más de quinientos años en los que nos dijeron que
éramos flojos y que valíamos menos que la última página donde siempre
publicaron nuestras muertes.
Chávez nos enseñó que
juntos y solamente juntos, podemos edificar el mañana que merecen las generaciones
que están por venir. Somos Chávez, sí, pero mientras nos sumemos indisolubles
en la misma voz, que no por eso deja de ser única e irrepetible.
Y al recuperar la voz
estamos también salvando la memoria. Antes de Chávez, Bolívar por ejemplo, era
nada más que un prócer a quien rendirle homenaje en feriados y puentes. Miranda
apenas si existía y ni hablar de Luisa Cáceres, José Leonardo Chirinos,
Guaicaipuro y tantos otros nombres que nos han hecho ser quienes somos.
Precisamente con esa
voz y esa memoria que nos atraviesa, y que nos volvió canto, el Comandante de
la esperanza, el Presidente indio, negro, mestizo, pobre y soñador, como
nosotros, hizo posible por ejemplo que las Cofradías de los Diablos Danzantes
de Corpus Christi fueran declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la
Humanidad. Nos dio también las alas y todo lo que hacía falta para que se
realice año a año el Festival Mundial de Poesía; la Feria Internacional del
Libro de Venezuela, esa que deambula libre por todo el territorio nacional; y
se hayan distribuido gratuitamente más de cien millones de libros. Pero no
conforme con eso, impulsó la instalación de imprentas regionales que abren
espacios a todos los que tienen cosas que contar, fundó la Universidad de las
Artes y creó la Misión Cultura para que lo más hondo y lo más alto de las
gentes esté barrio y país adentro. Fortaleció la producción cinematográfica
nacional con recursos y apoyo del Estado en la Villa del Cine y en el Centro
Nacional de Cinematografía, posibilitó que los músicos puedan editar sus discos
y sobre todo, que tengamos la conciencia para alzar junto a la bandera de ocho
estrellas todo el ideario bolivariano, que ellos, los otros, se empeñan en
opacar y bajar de los mástiles que guarda para el mañana el pueblo valiente de
Venezuela.
Chávez fue y seguirá
siendo siempre nuestra voz, porque ese ha sido y es su mejor legado. Darnos la
oportundidad de reencontrarnos en cada herida y sobre todo en cada sueño que
aún está por hacerse realidad.
Con él aprendimos a
reconocernos diversos. Por fin nos enteramos que los pueblos originarios tienen
idiomas y no dialectos, que tienen y hacen cultura, que en ellos habita la voz
más antigua que nos dice y nos nombra. Y por eso, en el texto fundamental que
nos deja para siempre el Presidente Chávez, la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, hay un capítulo especial sobre los derechos de los
pueblos originarios que tributa por cierto, en la descolonización de lo que
siempre nos dijeron que era folclore y que hoy respetamos y debemos respetar
como el pensar – hacer y sentir de nuestros pueblos. Pero no solamente eso,
sino que además el preámbulo de nuestro texto fundamental como sociedad, está
escrito por un poeta, y quien dijo poeta, quien dijo poesía, dijo pueblo y
Revolución.
Y es que Chávez es
quien salvó para el futuro lo más auténtico que nos habita. Él puso el acento
en el hombre, en su capacidad infinita de creación y de crecimiento, para que
vuelen libres las potencialidades que durante centurias estuvieron silenciadas,
calladitas, en el fondo mismo de nuestra conciencia.
En cada alocución,
cada vez que aparecía, el Comandante de la esperanza, comentaba un libro, nos
hablaba de algún escritor. ¿No fue precisamente él, el primer promotor de la
lectura en este país? ¿No es acaso precisamente eso lo que esperábamos todos
los hacedores de cultura y todo el pueblo? ¿No aprendimos precisamente con él
que la revolución para que sea posible tiene que ser cultural?
¿Y cultura en
revolución para qué? Para reconocernos, encontrarnos, pensarnos, liberarnos, y
en fin hacernos más humanos, más sensibles, más justos y solidarios… para eso,
la cultura. Para que seamos voz junta que asegure para siempre el proceso de
transformación que nos hemos dado la mayoría de los venezolanos. Y que además
podamos en el camino repensar, corregir y seguir avanzando hacia la
transformación que garantice finalmente una justa distribución de la riqueza y
un país en el que todas y todos tengamos la posibilidad de vivir una vida
digna, en la que la educación, la salud, el trabajo, la recreación, el acceso a
la cultura y la seguridad no sean un privilegio, sino puro y simplemente vivir
cotidiano.
Es cierto, que a lo
mejor cuando los artistas, cultores e intelectuales toman posición política,
los acusan de panfletarios y de estar a favor del poder. Hace un tiempo,
pensando precisamente en esto escribí sobre la tarea que imagino deben asumir
los cultores en tiempo de revolución.
No hay neutralidad en
el hacer y quehacer cultural. No podemos ser neutrales porque no vivimos en una
burbuja de cristal, por el contrario andamos por las calles como Alicia y como
Esther, como los juanes del mundo, tanteando las sombras y convocando las
esperanzas. Los artistas, cultores e intelectuales tienen, cada quien desde su
esquina, desde la orilla del mundo que habitan y eligieron, el compromiso de
asumirse como parte del pueblo, hay sin duda una valoración moral en la
concepción de la obra desde el punto de vista de la convicción ideológica. Allí
están para confirmarlo los versos militantes del Chino Valera Mora y la canción
necesaria de nuestro padre cantor Alí Primera, sólo por citar dos nombres de
nuestra Patria.
Lo cierto es que
aprendimos que el arte está siempre contra el poder. Lo aprendimos a golpe de
silencio, de persecución, de exclusión y tantas formas que pretendieron
ponernos de rodillas o a leer las páginas de sociales de las industrias
informativas. Supimos también que los artistas se comprometen con lo más hondo
y lo más alto del ser humano, quiere decir con lo más y mejor de los hombres y
mujeres del mundo entero. Y contra el poder quiere decir, contra el poder
hegemónico, contra el pensamiento único, contra los menos que mucho tienen como
diría Galeano, y que quieren imponernos cómo mirar, pensar, sentir y expresarnos.
Contra el poder también significa que nos oponemos a las opresiones, a las
miserias, al hambre, a la falta de escuelas, a las dictaduras y las
dictablandas y a la escasez de sensibilidad expresada por cualquier medio o de
cualquier forma.
Por eso mismo,
celebramos que desde hace más de una década un hombre se animó a cantarnos y a
soñarnos distintos, y nos permitió abrir estas alamedas para transitar hacia el
futuro.
Quién de nosotros
pudo imaginarse siquiera que este país nuestro sería declarado libre de
analfabetismo, que cientos de adultos mayores de todos los rincones de la
geografía nacional tendrían la oportunidad de saber escribir su nombre y leer
cada letrero en las calles. Quién de nosotros se hubiera imaginado hace apenas
veinte años que el amor circularía por cada esquina de esta Venezuela en las
palabras tiernas de Manuela y de Simón, y el Quijote cabalgaría libre por
nuestras calles. Y quién podría haber siquiera soñado que la poesía llenaría
nuestra geografía con versos del mundo entero, en eso que año a año nos invita
a sumarnos a la palabra que diciendo nos cuenta y contándonos nos nombra. Y
además se abrirían escuelas de arte, de danza, de teatro, de circo...
Finalmente, que el arte dejaría ser un lujo para unos pocos, para convertirse
en el disfrute de todos.. Ese es el
regalo que nos dejó el Comandante… la cultura al alcance de todos y para todos…
Cultura a favor de la
unidad, del reconocimiento y de la paz, pero la paz no es posible sin justicia
y esta a su vez, converge con la memoria. La tarea que tenemos por delante es
continuar haciendo de la cultura y el acceso del pueblo a los bienes culturales
un eje transversal, tal y como está planteado en el Plan de la Patria.
En fin, la tarea es
forjar la Patria Cultural. Hacer la revolución que nos convoque a ser más
libres, más tiernos, más nuestros… la revolución cultural que nos ayude a
sentar las bases espirituales del Socialismo Bolivariano que nos encuentra no
sólo a los venezolanos, sino a todos los hombres y mujeres que creemos posible
una América Nuestra que perpetúe ya para siempre las voces y las palabras que
nos definen y nos proyectan hacia el porvenir. Por eso ahora más que nunca
cultura y revolución, más que nunca cultura y socialismo, más que nunca
compromiso y unidad revolucionaria para hacer realidad los sueños de un mañana
que conquistamos y que estamos obligados a defender y preservar para todas las
generaciones venideras.
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